martes, 11 de octubre de 2011

CLARO, ¿CÓMO PODRÍA SER VERDAD?

Bashir es un niño de once años al que le gusta jugar al fútbol con sus amigos en el descampado y montar en bici por las calles de su ciudad. Le gustan los dátiles y el cordero que prepara su abuela. Además, le encanta lanzar palos para que su perro Idi se los vuelva a traer.

Una noche, Bashir jugaba con su hermanita Aisha de cinco años cuando oyó fuertes explosiones en la otra parte del barrio que poco a poco se iban acercando. Todo empezó a temblar, y, como ya venía siendo habitual, pronto empezaron a sonar las sirenas que avisaban de un inminente bombardeo. Bashir comenzó a oír los motores de los aviones, que volaban muy alto. El estruendo era ensordecedor y la mamá de Bashir llegó corriendo de la cocina, los abrazó muy fuerte y los metió debajo de la cama. Luego salió corriendo a buscar a Salim, el hermano mayor, que estaba en el sótano arreglando la vieja moto del abuelo. El papá de Bashir debía haber llegado ya del taller donde fabricaba muebles pero todavía no había aparecido. Los bombazos comenzaron a caer cada vez más cerca, y las fotos de los abuelos que estaban en la pared se rompieron contra el suelo. La lámpara de la mesilla empezó a parpadear y se estampó contra la alfombra. Se quedaron a oscuras. Entonces, Aisha empezó a llorar y Bashir la abrazó fuerte debajo de la cama sin saber muy bien lo que estaba pasando. De repente Bashir sintió una explosión muy fuerte en la parte superior de la casa seguida de una sacudida que recorrió el edificio hasta los cimientos, a Bashir le empezaron a pitar los oídos y no podía oír nada a parte de ese pitido infernal. Un fuerte dolor de cabeza empezó a aturdirle y desde debajo de la cama pudo ver como se derrumbaban las paredes justo antes de desmayarse, con Aisha todavía llorando entre sus brazos.

Bashir abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en una sala abarrotada de camillas desordenadas y de gente gritando. Había mucho ruido. Algún médico con bata se movía apresuradamente entre los heridos, y muchos familiares de las víctimas intentaban hacer lo imposible por los suyos. El caos era total. Bashir empezó a recordar todo y buscó a su hermanita entre las camas. Estaba dormida justo al lado; al parecer, a ninguno de los dos le había pasado nada grave. Alguna venda en los golpes y poco más. Bashir cogió a su hermanita y salieron de aquel caótico lugar. Volvieron a casa y se encontraron con un gran amasijo de escombros entre los que había algunos de sus juguetes. No había ni rastro de papá, ni de mamá, ni de Salim. Tampoco había señales de Idi.
Los tíos y los abuelos de Bashir vivían a dos horas y media en coche al norte de su ciudad. Bashir cogió a Aisha de la mano y fueron a buscar algo para comer. Una hora y media después todavía no habían encontrado nada para llevarse a la boca y Aisha no había dicho nada desde su salida del hospital. Llegaron a la parte alta de la ciudad cuando ya atardecía y se sentaron encima de unos escombros mirando hacia la ciudad. El panorama era desolador. El naranja del Sol que ya se escondía se mezclaba con el de las casas que todavía ardían y con el humo negro de los depósitos de combustible.
Bashir empezó a llorar.


- Tío, esta historia te la acabas de inventar, ¿no?
                             
- Claro, ¿cómo podría ser verdad?

MAX.